1.0.- El inicio

Por fuera no se veía que fuese gran cosa. Lo que es más, su fachada era algo que a mucha gente con tan solo verla le daba un miedo espantoso. La reja de hierro forjado ya con signos de muchos años, la enredadera completamente seca y esas telarañas que iban de un barrote a otro le daban ese toque aún más lúgubre.

Como es costumbre, me sentí atraído por una especie de enfermiza y morbosa empatía hacia esa enorme mansión. Noté de inmediato que cerradura y candados ya habían sido abiertos, por lo que no me fue nada difícil ingresar.


Abrí la rechinante y pesada puerta poco a poco, pues no era mi intención forzar las ya muy antiguas y secas bisagras. Tras dejar un espacio suficientemente amplio para dejar pasar mi corpulenta figura, procedí a entrar de perfil.


Poco a poco me fui acercando a la entrada. No había mucha distancia entre la reja y la escalera que subía hasta el ingreso principal. Pronto me dí cuenta que a la izquierda estaba lo que en alguna ocasión había sido la perrera. Con mi lámpara sorda apunté el haz de luz hacia la puertita de esa casita para el perro, que aún tenía unida una enmohecida cadena de acero. Lo que alcancé a distinguir no fue nada agradable. Del otro lado de esa cadena estaba lo que quedaba de un aro metálico ya en el piso, recargado sobre la osamenta de lo que en alguna ocasión fue un perro.


Seguí caminando y delante de mi, tras subir los nueve escalones de granito verde grisáceo, estaba esa enorme puerta. Al igual que la enorme puerta de hierro de la entrada principal, esta también se encontraba sin candado y/o cerrojo alguno. Con mi mano derecha aún enguantada procedí a empujarla. Una cascada de polvo caía mientras yo habría.


La luz de la luna llena bañaba el enorme patio principal de esa casa, lo que me ayudó a distinguir muchos detalles. Entré caminando con cuidado. El olor a humedad era fortísimo y con mi tapabocas colocado procedí a continuar la exploración.


A la derecha y a la izquierda, habían sendas escaleras para subir al piso de arriba, mientras que en la planta baja se distinguían muchas habitaciones todas ellas cerradas.


Apunté mi lámpara a la escalera de la izquierda y pronto noté como unas ratas salían corriendo a la escalera de enfrente. Caminé por el pasillo que unía a todas las entradas de las habitaciones y que quedaba cubierto con lo que era el pasillo suspendido del piso superior. Pronto estaba ante lo que parecía haber sido una oficina o despacho.


Enormes libreros de piso al techo estaban atestados de libros. En una vitrina había algunos trofeos y lo que parecía ser una colección de copas, botellas aún con líquidos y estatuillas de porcelana. Entré a esa habitación y de entre los cajones del enorme escritorio apolillado de madera, salieron varios gatitos que al parecer ahí mismo habían nacido hacía no mas de un par de meses. Salieron a saludarme y tomando uno de mis sandwitches se los entregué para ver de inmediato cómo lo devoraban.


Detrás del escritorio una enorme silla de cuero muy gastado por los años, estaba en la posición como la había dejado el último morador de la casa. Encima de una enorme carpeta de cuero había papeles y muy cerca un tintero con la tinta completamente seca, una pluma fuente, una lupa, una colección de pipas y una cajita de madera que presumo alguna vez estaba llena de habanos.


Decidí no tocar nada y solamente pasé a la siguiente habitación. Ahí había unos inmensos anaqueles atestados de carpetas, libros y demás documentos. Deduje entonces que eso era el archivo en donde el habitante y dueño de la oficina alojaba todo aquello que le era importante para una ocasión posterior. Me dí la media vuelta y salí para encontrarme con la escalera de mármol.


Subí poco a poco. Sus escalones no tenían tanto peralte y fue muy grato ver esas pinturas viejas que aún colgaban de las paredes. Escenas victorianas y lo que parecía ser retratos de todos quienes en alguna ocasión habitaron esa casa, poblaban escenarios campiranos.


Al final de la escalera, una estatua de una musa desnuda, franqueaba la baranda que no daba a la pared. Se veía polvorienta pero conservaba aún toda su belleza. Vi entonces cómo de una de las habitaciones superiores se distinguía una lucesilla bastante brillante, como aquellas que provienen de una vela. Me dirigí entonces a esa habitación, desdeñando por el momento aquellas otras que había programado para posterior ocasión.


Desde arriba se veía claramente lo que al parecer había sido una pileta que ahora estaba atestada de agua putrefacta y deshechos de animales. Conforme me acercaba a esa habitación, la lucesita se hacía cada vez más nítida y para mi asombro, se escuchaba algo parecido a una tenue voz femenina. Esa voz característica de una mujer rezando, recitando o mascullando algo.


Procurando que mis pasos no distrajesen a esa dama de sus rezos, estuve pronto en el umbral de la habitación. Era lo que parecía ser la capillita de la casa. Efectivamente, una veladora de vidrio soplado color ámbar protegía la llamita que provenía de ese cabo imbuido en cera de abeja.


Un fuerte olor a humedad e incienso provenía de la habitación en la que claramente se distinguía un enorme crucifijo y a los lados, imágenes no muy santas. A la derecha, un Arcángel San Miguel vapuleaba con su reluciente espada a un Satanás que más bien parecía disfrutar del castigo; mientras que del otro lado se veía lo que parecía ser una descomunal orgía en donde demonios fornicaban y sodomizaban lo que parecían ser mujeres muy jóvenes. Algunas de ellas con rostro de agonía y otras que parecían estar felices.


Los rezos no cesaban. La figura que estaba arrodillada en el reclinatorio estaba ataviada con una enorme capa que tenía una caperuza o capucha también de terciopelo en color negro. Su voz era joven y esos susurros producían una exquisita sensación en mi oído. Eran como una caricia que provocaba que los bellos de la nuca se crispasen.


Entré con sigilo a la habitación hasta quedar a no mas de dos metros a la izquierda de ella. Sus pálidas manos sostenían lo que parecía ser una biblia, mientras que algo parecido a un rosario pendía de la parte media de este libro a modo de separador. Un leve chasquido sonó y ella repentinamente detuvo su rezo, para poco a poco voltear hacia donde yo estaba. Poco a poco pude distinguir su rostro cadavérico con ojos hundidos muy abiertos como en tremendo asombro, mientras que de su desdentada boca salía una andanada de frases inentendibles para mi.


Pronto empecé a ver cómo la llamita iba creciendo hasta convertirse en un fuego inmenso. De las paredes comenzaban a escucharse sonidos, crujidos y lo que parecía ser lamentos, risas, jadeos. Las figuras de los cuadros, el tapiz y el friso de la habitación empezaron a agitarse y pronto estuve rodeado por infernales seres que me veían fijamente.


A un gesto de su huesuda mano izquierda, todos al unísono se detuvieron a una muy corta distancia de mi, rodeándome. Fue entonces cuando con su voz trémula y espectral me pregunto: -"¿Quién eres?"-. Yo respondí tratando de conservar la calma y procurando ser muy respetuoso.


Ella preguntó entonces: -"¿A qué vienes?"-. Yo le expliqué lo más detalladamente posible que me encontraba simplemente explorando la casa, la cual me parecía sencillamente hermosa. Abriendo más los ojos y mirándome fijamente con esas pupilas dilatadas y muy rojizas, me lanzó una advertencia y una pregunta: -"Dime la verdad o tu vida aquí termina. ¿Haz tomado algo que no sea tuyo de esta casa?"- Yo tratando de ver siempre a esos ojos muy aterradores y apretando mucho las manos le respondí: -"Nada. No he tomado nada de esta casa"-.


Con sus ojos bien abiertos y mirándome de arriba a abajo como "escanneándome" me dijo con más calma: -"Cierto. No haz tomado nada".- Luego ella preguntó: -"¿Quién te invitó a entrar?"-. Mi respuesta fue un sencillo "Nadie". Ella entonces volvió a mover su mano izquierda y todos esos demonios subieron nuevamente a sus cuadros, tapices y frisos. Me volvió a ver con ojos entre abiertos y entonces me ordenó: -"Sal de aquí si en algo aprecias tu alma"-, para luego agregar con una voz atronadora y espectral: -"¡Y no se te ocurra decir a nadie lo que viste!"-.


Sin darle la espalda y agradeciendo su generosidad, salí de la habitación para darme cuenta que cientos de ojos brillantes de color rojo-anaranjado me observaban desde todas las habitaciones de la casa. Apreté el paso y casi corriendo salí de esa mansión dejando todo exactamente como estaba.


Fuera ya de ese lugar, alcancé a ver por un espacio que se hacía entre la puerta mal cerrada y el marco de esa puerta, cómo esa enorme flama se transformaba nuevamente en esa lucesita ambarina, mientras que sin que nadie aparentemente lo hiciera, con un tremendo estruendo se cerraron la puerta y la enorme reja, quedando yo completamente aturdido fuera de la finca.


Aún viendo hacia la reja y helado por tan singular experiencia, de repente sentí una mano tomándome del brazo izquierdo. Volteando violentamente y alumbrando hacia quien me tomó por sorpresa, noté la faz de un viejecito que al ver lo blanco de mi faz me dijo: -"Y recuerde que no debe decirle a nadie de todo lo que aquí pudo ver. Por desgracia para Usted somos muchos y tenemos todos los recursos necesarios para encontrarle."-. Mudo de la impresión, simplemente atiné a asentir con mi cabeza, para que poco a poco viese ante mis ojos cómo este último personaje desaparecía mientras un viento helado me rodeaba y removía mi cabello.


Al parecer y por la impresión perdí toda noción de tiempo y lugar. Lo último que pude recordar es que estaba recostado en el quicio de una puerta con mi lámpara de mano aún encendida en mi mano derecha.

Continuar con "1.1.- Por la Mañana --->"

No hay comentarios:

Publicar un comentario