1.3.- Icosaedron

Por más cansado que estaba intenté dormir y no pude. Me sentía como un niño que tiene la certeza que a la mañana siguiente encontrará bajo el árbol de navidad, aquellos juguetes que solicitó a Santa Claus. Cerciorándome que estaban todos dormidos y auxiliándome con la luz que emite el LED de mi teléfono celular, bajé al estudio, abrí la puerta y tras sentarme en mi sillón sin encender la lámpara de mi escritorio, procedí a abrir el cajón y sacar esa caja que contenía el icosaedro de cristal.

Con todo cuidado saqué ese maravilloso artefacto y lo coloqué delante de mi como hacía algunas horas. Fijé la vista en el triángulo que estaba más al centro de mi campo visual y nuevamente vi cómo una imagen animada cobraba vida ante mis nuevamente asombrados ojos.


A diferencia de cuando descubrí tal prodigio, me propuse poner atención en cuanta escena pudiese ver en ese sólido de dimensiones perfectas. En la primera de ellas, aparecía una dama de aspecto agradable como de unos treinta años. Ataviada con un muy elegante traje sastre, parecía estar exponiendo una clase pues claramente se distinguía un pintarrón a sus espaldas. Como si la estuviese siguiendo una cámara, nunca perdí de vista a la esbelta figura femenina que en ocasiones iba de un lado al otro de lo que parecía ser una atestada aula.


Así estuve unos diez minutos, cuando entonces decidí poner toda mi atención en otro de los triángulos. En ese momento la imagen era como si la cámara estuviese en los ojos de quien filmaba. Posteriormente supe que se trataba de un hombre joven y atlético pues cuando pasó frente a un espejo, fue distinguible el género, etnia y constitución física de ese caballero.


En esa escena podía ver en primera persona lo que parecía ser un acto sexual que éste personaje sostenía con una mujer. El vaivén del cuerpo femenino y muchos otros detalles que no mencionaré en este momento daban perfecta cuenta de lo que estaba pasando en ese lugar y momento.


En otra escena se veía cómo una pareja de ancianos estaba profundamente dormida. En otra escena se veía un niño jugando alegremente en un parque de lo que parecía ser China. Así recorrí prácticamente todas y cada una de las veinte caras de mi icosaedro. Cuando quise volver a la cara inmediata anterior, me dí cuenta que la escena era otra completamente distinta y entonces procedí a ver más y más escenas.


Perdí por completo la noción del tiempo pues pronto el cielo comenzaba a clarear. Revisé la hora en mi celular y para mi asombro eran casi las cinco de la madrugada. Me dispuse a guardar en su lugar mi nuevo juguete, cuando repentinamente sonó mi teléfono celular con el tono característico de cuando llega un mensaje. Ya me imaginaba que se trataba de Átropos. Efectivamente era un mensaje de ella y con toda la familiaridad que ya teníamos para comunicarnos, fue ella y no yo quien comenzara la conversación.


-"Me doy cuenta que ya sabe usar el Icosaedron"-. Mi respuesta fue un sí sencillo, corto y tajante. De inmediato procedió entonces a explicarme algo que me dejó paralizado y aturdido: -"Lo que Usted tiene en sus manos no es un juguete o un artilugio tecnológico que haya sido inventado para el deleite de quien lo usa. El Icosaedron es una ventana que permite ver a todos y cada uno de los seres humanos que están a punto de mirir."-. Dicho esto último mi cerebro se llenó de preguntas que quería formularle a mi interlocutora "ipso facto".


Adivinando mi intención con solo leer mi rostro, se adelantó para decirme: -"Como Usted se dio cuenta, nunca una escena es idéntica a las demás. En el momento que Usted deja de ver una escena, es precisamente el instante en el que la persona y/o las personas que ahí aparecen dejan de existir"-. Quedé boquiabierto. ¿Quería decir entonces que yo había sido el responsable de la muerte de más de veinte personas esa noche?. Fue entonces que como si Átropos leyese mi mente, procedió a explicarme y aclarar a muchas de mis dudas. -"Cuando Usted ve la escena como si estuviese dentro de la persona y/o que Usted es la persona, quien muere es esa primera persona. Cuando Usted puede ver a la persona o a las personas como si fuese solo un espectador, entonces quienes mueren son todos aquellos que están en dicha escena"-.


¿Entonces ese niño que se veía tan feliz jugando en un parque del oriente había muerto? ¿Ese hombre copulando, los viejecitos?. Me sentí un criminal. Me dejé vencer por la angustia y llevando mis manos al rostro comencé a llorar. Ella dejó que llorase "a moco tendido". Como entendiendo cuál era el maremagnum de sentimientos en mi cerebro y mi alma, dejó que me desahogase por un momento. Cuando mi llanto menguó, procedió a decirme: -"Conforme pase el tiempo y tras recibir una breve pero exhaustiva instrucción en el manejo del icosaedron, Usted podrá llegar a elegir si realmente esas personas mueren o no, así como también bajo que condiciones fenecen. Pero eso sí, una vez que ha sido decretada su muerte, ese hecho será más que inevitable"-.


No terminaba de comprender el por qué ahora yo tenía ese "poder" al alcance de mi vista. ¿Por qué yo? ¿Cómo sucedió esto? ¿Cuándo pedí ser cómplice de esta aberrante interlocutora?. Con su voz tétrica procedió a recordarme: -"Este sábado le espero en la casa para comenzar con su instrucción. Mientras tanto, recomiendo que no utilice el icosaedron y lo mantenga fuera del alcance de cualquier otra persona. Si alguien más lograse verlo a Usted en el icosaedron, sería Usted el que muera."-.


Tan pronto como terminó de pronunciar la última palabra, la imagen desapareció y con ello terminó por completo la conversación. De inmediato procedí a colocar en su caja el icosaedron, taparlo con la esponja negro mate, cerrar la caja y colocar en el mismo cajón bajo llave tan monstruoso artefacto.


Me quedé un rato cavilando mientras veía como la luz del sol iluminaba poco a poco mi estudio. ¿Y si no iba el sábado? ¿Y si tiraba o enterraba muy profundo para que nadie lo encontrara? ¿Y si lo destruía? Tuve que detener por completo mis pensamientos pues escuché que mi esposa llamaba buscándome detrás de la puerta. Le indiqué que podía pasar y tras notar que mi aspecto era terrible preguntó: -"¿No haz dormido nada?"-. Le respondí que sí, pero que por un malestar en el estómago me había visto obligado a acampar en el excusado de la planta baja.


Subimos ambos la escalera y nos recostamos en la cama. Ella me abrazó y sin mediar comentario, nos quedamos dormidos hasta que el despertador hizo su execrable trabajo despertándonos a todos de un solo golpe. Era momento de iniciar la rutina del día.


No hay comentarios:

Publicar un comentario