1.6.- Cena familiar

Manejando de regreso a casa deglutí el panecillo que el viejecito me había regalado. Qué delicia de panecillo. A leguas se notaba haber sido hecho a mano y en casa. Entre los ingredientes que pude distinguir estaban la mantequilla, azúcar mascabado, nueces, vainilla, moras azules y algo más que también era delicioso pero definitivamente no se parecía a nada que hubiese probado antes.
Estacioné mi vehículo, saqué de éste todo cuanto había colocado en el habitáculo para efectos de mi lección en el uso del icosaedron, para entonces ingresar a mi hogar y tratar de asimilar lo aprendido.
Mi familia no había llegado aún, lo que me dio paso franco para guardar todo en su sitio y que no se supiese que había salido. En cuanto terminé de accionar por completo el cerrojo del cajón en donde guardé la caja con el icosaedro de cristal, entró mi hijo y tras de él mi esposa. -"Estuvo muy triste la escena"- mencionó mi esposa. -"Tan joven y haber muerto de una manera tan trágica. Peor que fue delante de sus alumnos"-. Tuve que hacer un poco de memoria para no terminar preguntando a qué se refería con eso.

Puse atención a su plática y me planteó la idea de salir a cenar fuera. Acepté y tras unos breves preparativos salimos a la calle nuevamente. En el trayecto hacia el restaurante revoloteaban en mi cerebro miles de ideas, conceptos y temores todos ellos derivados de esa sesión de aprendizaje con Átropos. Afortunadamente para mi, mi esposa recibió una llamada de una amiga para ponerse de acuerdo en asistir a un desayuno del Club de Lectura, mientras que mi hijo, como sucede con todos los "chavos" de su edad, simplemente se colocó los audífonos y se dedicó a escuchar música mientras volcaba toda su atención a las Redes Sociales.


Iba a tal grado distraído, que fue ella la que tuvo que indicarme de manera tajante con un: -".¡¡¡Es aquí!!!"- para que detuviese el vehículo y apenas alcanzase a virar a la derecha para entrar por la estrecha puerta del estacionamiento. Descendí, le ayudé a descender, esperé que mi hijo hiciera lo propio y procedí a activar la alarma del carro. A la entrada del restaurante nos recibieron un par de meseras que tras preguntar si eramos solamente nosotros tres, procedieron a asignarnos una mesa.

La damita que aparentaba menor edad se presentó ante nosotros y nos dijo que sería nuestra mesera de esa noche. Muy amablemente nos entregó la carta o menú y nos ofreció tomar alguna bebida. Solicitamos un par de "clementinas" (preparado de vino tinto, soda, jarabe sabor granadina, hielo y limón) y mi hijo pidió una "horchata" con fresa. Tomó nota y tras indicarnos que vendría en un momento más para tomarnos la orden, salió de la escena.

Platicamos de distintos temas, pero al final esa plática tenía como objetivo pasar un momento agradable. Llegaron las bebidas y tras estar completamente decididos los tres, procedimos a pedir nuestra cena. Mi hijo pidió una enorme hamburguesa de carne de res, con mucho tocino y queso. Ella pidió una orden generosa de mariscos y yo como aficionado de la carne, solicité un corte bastante grueso y jugoso término medio. Con algo de "sangrita" inclusive.


Mientras esperábamos a que nos sirviesen la cena, ,ambos me platicaron en conjunto cómo habían estado las exequias de la ahora difunta profesora. Mi hijo me dio detalles, santo y seña de todo lo que ocurrió para que la finada maestra perdiese la vida. Mi esposa me dio detalles de todo lo que fue velorio, misa, inhumación y todas las exequias. Siendo sincero todo eso que se esmeraban en decirme, no llegó completamente al "disco duro" de mi cerebro. Aún tenía demasiado enmarañado el cableado de mi masa encefálica y la verdad solo atiné a poner mi mejor cara y aparentar que ponía toda mi atención. Antes de ser descubierto por mi faz de hipócrita, llegó lo que habíamos ordenado y comenzamos a comer con toda calma.


Quedamos más que saciados y tras pagar la cuenta, pasamos a retirarnos no sin antes tomar un dulce de arrayán de los que obsequiaban en la puerta, dentro de un pequeño cazo de cobre. Confieso que tomé más de uno, pero nunca más de cinco. Nos acercamos al vehículo, desactivé alarmas, abrí puertas, ayudé a mi esposa a subir y esperé a que mi hijo estuviese cómodamente sentado y su portezuela estuviese cerrada, para encender la marcha y enfilar hacia algún otro lado. No teníamos ganas de regresar a casa y apuntamos hacia una plaza comercial pues nos apetecía caminar y tomar un postre.

Llegamos a la plaza y caminamos por no más de cinco minutos hasta que estuvimos delante de el puesto de helados. Elegimos el que nos pareció más sabroso y seguimos caminando. Ya cansados, saciados y sin más ánimos que simplemente regresar a casa, salimos del lugar.

Ya en casa dedicamos unos instantes a realizar labores propias de lavado, ordenado y acomodo de enceres y demás bártulos necesarios para ese día. Rendidos nos acostamos y encendimos el televisor para que, tras realizar el consabido "zaping" por la enorme cantidad de canales, optásemos por una película cómica en donde un policía bobalicón, pícaro y bien intencionado, realizaba torpezas y aciertos hasta resolver (por casualidad) el crimen.


Amanecía y noté que el televisor había quedado encendido desde la noche anterior, Apagué el aparato, pasé al baño a realizar la acostumbrada micción matutina y tras mirar por el ventanal que da a la escalera cómo es que el sol salía poco a poco, regresé a mi recámara.

No había notado que el teléfono celular quedó encendido y con los datos operando, hasta que sonó el tono de mensaje. Era de Átropos como lo habían sido invariablemente esos últimos días. -"Espero que practique sus más recientes habilidades, antes del día miércoles"-. Simplemente acaté a apagar el celular pues estaba seguro que como en las veces anteriores se borraría automáticamente. Hecho esto, me venció el sueño y quedé profundamente dormido.

Continuar con "1.7.- Domingo --->"

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