1.5.- Segunda lección

Sábado en la mañana. Levantarse un poco más tarde, desayunar en familia y preparar lo necesario para que ese día resulte lo mejor posible para todos.

Yo por mi parte y antes que todos se despertasen, había incluido en una mochila varias latas de comida para gato, botellas de agua, un cuenco para obsequiar a los felinos, mi caja con el icosaedron, una lámpara de mano y una batería extra para mi celular.


Mi familia por su parte ya tenían todo listo para que, a partir de las cinco de la tarde (cinco y media a más tardar) se dirigiesen a rendir honores a la profesora cuyo cuerpo estaba ya en la capilla de velación.


El tiempo transcurría con una rapidez pasmosa. Compramos víveres en el mercado, comimos en el mercado todo tipo de antojitos y fritangas para posteriormente retornar a casa, no sin antes pasar por unas refrescantes aguas frescas de frutas naturales.


Ya en casa y faltando casi tres horas para que mi familia partiese, nos dedicamos a almacenar lo comprado como era debido, ver un poco de televisión, navegar un poco en redes sociales y matar el tiempo de manera tal vez no muy productiva pero sí edificante.


Aproximadamente a las cinco de la tarde y tres minutos mi esposa e hijo decidieron emprender camino pues les habían dicho que el tráfico estaba algo denso y los lugares de estacionamiento en esa zona ya eran escasos. Nos despedimos hasta más tarde y calculando mis tiempos, decidí repasar todas y cada una de las preguntas que tenía que hacerle a Átropos. Tic-Tac. Tic-Tac. Muy pronto dieron las seis de la tarde con cuarenta y cinco minutos para entonces abordar mi vehículo, no sin antes colocar mi mochila previamente preparada en el asiento trasero, enfilándome hacia la casa.


Mi mente comenzó a cargarse de mil y un pensamientos. Preguntas como: ¿Sería verdad todo lo que soñé? ¿Por qué yo? ¿Realmente ahora tendría el no grato poder de decidir quién muere y quién no? Estaba mascullando estas y muchas más preguntas cuando de pronto ya me encontraba en el sitio en donde había estacionado mi auto hacía apenas unos días. Solo por curiosidad y tratar de hacer las cosas lo más parecido a la vez anterior, estacioné exactamente en el mismo sitio.


Al descender del auto y justo al lado de una de las bardas perimetrales de la finca, que cabe mencionar que tenían una altura como de dos metros, me cercioré que todo estuviese perfectamente cerrado y en orden en mi vehículo. Giré ciento ochenta grados y entonces pude ver al viejecito ataviado con su overol de mezclilla, la misma camisa, las mismas botas, los mismos guantes y en vez de el rastrillo para recolectar hojarasca, en su mano izquierda tenía una escoba fabricada con popote vegetal. De esas escobas enormes que se usan para barrer banquetas muy amplias. Me miró con sus cansados ojos negros y simplemente esbozando una leve sonrisa, hizo una seña con su mano derecha como indicándome el camino que debía de tomar.


La enorme reja de hierro forjado seguía como había quedado días atrás. Con más seguridad pero con el mismo cuidado, abrí la reja lo suficiente para poder caber de perfil. El sol ya estaba bajo el horizonte y la penumbra anunciaba la cercanía de la noche. Por eso entonces saqué de mi mochila la lámpara de mano, mis guantes y las latitas de alimento para felino que había dejado dentro de una bolsa transparente de polietileno.


Diez y ocho horas con cincuenta y ocho minutos. Puse con calma los guantes en mis manos. Diez y ocho horas con cincuenta y nueve minutos, coloqué la mochila en mi hombro derecho, la lámpara de mano en mi mano derecha y tomé la bolsita con latas de alimento gatuno en mi mano izquierda. Diez y nueve horas en punto y tras haber subido los nueve escalones ya estaba empujando con mi mano derecha la enorme puerta de madera, pero esta vez no cayó tanto polvo como la ocasión anterior.


En cuanto ingresé a la casa, los mininos ya estaban esperándome sentaditos, como si alguien les hubiese anticipado que traía obsequios para ellos. Me hinqué en el duro piso de piedra y conforme iba sacando cada latita la iba abriendo y colocando delante de cada minino. Qué educados y que tiernos. En cuanto coloqué la última lata y les indique que comiesen, comenzaron a devorar el contenido.

Dejé entonces a que los pequeños cuadrúpedos se deleitaran con su festín y pasé directo a la escalera que estaba del lado izquierdo. Subí cada escalón sin prisa pero sin pausa y una vez arriba doblé a la izquierda para encontrarme con el umbral de la habitación en donde solo esa pequeña lucesita ámbar le iluminaba.

Como en mi sueño de esa madrugada, Átropos estaba ahí al fondo a la izquierda justo al lado del reclinatorio en el que se hincaba a orar. Como sucedió en el sueño, todas las figuras que poblaban los cuadros, los frisos, los tapices y las paredes comenzaron a hacer algo de bullicio. A diferencia de cuando soñé esta escena, con una simple mirada Átropos acalló a los extraños personajes y tras descubrir su cabellera negra, me solicitó que me acercara haciendo una seña con su dedo índice.


-"Veo que es Usted muy puntual. Se lo agradezco. Veo también que es muy considerado y preparó todo como yo le indiqué. ¿Recuerda lo que le enseñé en su sueño de esta madrugada?"- Era oficial. En mi sueño había estado Átropos y ella me había impartido la primera lección. Respondí afirmativamente y de inmediato comenzó a darme nuevas instrucciones: -"Por favor tome el icosaedron y realice todos los movimientos que le enseñé. Vamos a intentar que se concentre Usted en una sola escena"-.


Como en el sueño, tomé con ambas manos el poliedro de cristal. Lo alejé de mi hacia el frente y comencé a elevarlo procurando hacer la operación en treinta y tres segundos. Ya elevado sobre mi cabeza, esperé durante treinta y tres segundos a que tomara su intenso brillo rojizo anaranjado para posteriormente volverlo a poner frente a mi en un tiempo no mayor ni menor a los treinta y tres segundos. Siguiendo un consejo que un maestro me había dado en otra ocasión para poder concentrarme, decidí poner mi mente en blanco, mirar lo más fijamente posible al icosaedron y concentrarme al grado de no escuchar o ver otra cosa que ese sólido perfecto.


Esta vez tuve éxito. Una sola imagen tridimensional poblaba por completo la singular figura y en ese momento Átropos con voz que parecía feliz (¿Átropos feliz?) decía: -"¡Muy bien! No le ha sido tan difícil. No pierda de vista la imagen por favor, por que entonces Usted no podrá tomar ninguna decisión y simplemente quienes ahí aparezcan (en primera o tercera persona) morirán."-. Traté de no distraerme con sus instrucciones y seguirlas al pie de la letra, pero por desgracia perdí la imagen.

-"Mala suerte. Inténtelo de nuevo por favor."- Fue la nueva instrucción. Realizando todos y cada uno se los pasos, volví a lograr que una sola imagen holográfica fuese reproducida por aquel artefacto. Se trataba de una mujer joven de rasgos y fenotipo oriental. Estaba postrada en una humilde cama. En el improvisado buró estaba un vaso con agua a la mitad, una vela y lo que parecía ser un par de frasquitos color ámbar con medicamento. Su aspecto no era nada halagüeño y parecía estar sufriendo una intensa fiebre, respirar con dificultad y espasmos en su vientre.

Ahora entonces la instrucción fue distinta: -"Presione con el dedo índice de su mano izquierda el icosaedron. Eso permitirá que Usted reciba directamente en su cerebro la historia completa de esa o esas personas. Hágalo por favor."- Ni tardo ni perezoso lo hice y como si estuviese dentro de una sala de cine, de todos lados escuchaba una voz parecida a la de Átropos diciéndome vida y milagros de esa persona (en este caso) languidecía en la imagen.


Terminó la alocución y ella atinó a decir: -"Ya escuchó Usted el pasado y presente de esta persona. ¿Cree Usted que merezca seguir viviendo?"- Traté de no desconcentrarme y tras analizar su pasado, poner atención en su presente y discernir qué pasaría en el futuro cercano de quienes le rodeaban, decidí responder: -"No merece morir"-. Fue entonces que volvieron a escucharse murmullos provenientes de todos los seres y criaturas en la habitación. No me dí cuenta Átropos si los hizo callar o cómo es que lo hizo, pero tan pronto como comenzaron esos sonidos cesaron por completo. -"Sea pues entonces"- fue la sentencia y entonces me indicó: -"Piense Usted muy profundamente en la salvación de esa persona y con su dedo índice derecho, presione el icosaedron"-.


En cuanto presioné con mi dedo índice derecho el brillante artilugio, cambió a un color azul verdoso y mientras la escena se difuminaba lentamente, se alcanzaba a ver cómo esa joven abría los ojos y mostraba una inminente mejoría. Tras desaparecer la imagen, el icosaedron se apagó por completo y yo estaba nuevamente delante de Átropos.


-"Excelente. Muy buen inicio."- indicó la esquelética Moira o Parca. Yo entonces comencé con mis preguntas: -"¿Qué hubiese tenido que hacer si mi veredicto era que muriese?-. Ella respondió: -"Entonces Usted debía de perder todo contacto con la imagen. Recuérdelo. Perder contacto abrupto con la imagen es detener por completo la vida de esa o esas personas"-.


-"Por hoy hemos terminado. Sus avances fueron enormes. Regrese a su casa y utilice al menos una vez al día el icosaedron."- Dijo Átropos para luego agregar: -"Pero tenga mucho cuidado, pues si Usted se ve a si mismo, no se vea directo a los ojos por que eso puede causar la destrucción del icosaedron y su muerte inminente. Simplemente presione con el dedo índice de su mano derecha el icosaedron y todo seguirá como antes"-.


Sin decir más palabra, cubrió su cabello negro con la capucha de su capa y tras darme la espalda, solo levantó su mano derecha y mostrándome la parte exterior o revés de su huesuda mano con todos sus dedos extendidos, sólo atinó a decir: -"Puede retirarse"-.


No quise perturbarle más. Con todo cuidado coloqué el icosaedron en su caja, lo cubrí con la esponja negro mate y tras cerrar la caja lo puse dentro de mi mochila. Sin dar la espalda sino hasta estar fuera de la habitación, giré noventa grados a la izquierda y procedí a donde estaban las escaleras. Mientras bajaba las escaleras pude notar a los pequeños gatitos sentaditos con sus ojos bien abiertos, siguiéndome con detenimiento a cada paso que daba. Busqué entonces las latitas vacías que les había llevado, pero ya no estaban en el piso. De una de las habitaciones que no era el viejo estudio ni el archivo, salió el viejecito con un plato en el que una servilleta color rojo encendido cubría lo que en el estaba.


El viejecito se detuvo ante mi y me acercó el plato. Levanté la tela color rojo y para mi sorpresa ahí apareció un bizcocho que se veía suculento. Le miré nuevamente a los ojos y con una sonrisa mientras asentía con su cabeza levemente en señal de aprobación, tomé el panecillo y le dí una mordida. Mi anónimo benefactor, guía y aún no amigo me indicó a dónde estaba la salida y tras agradecerle enfáticamente, salí por esa enorme puerta de madera, bajé los nueve escalones y salí por la reja de hierro forjado. Como en la ocasión anterior, con un gran estruendo se cerraron al unísono puerta y reja, quedando sólo en la calle con i pastelito en mi mano.


Caminé hasta mi auto, procedí a abrirlo y tras colocar mi mochila en la parte posterior, cerré la portezuela trasera y realicé el procedimiento de rutina para abordar el vehículo y ponerlo en marcha. Puse el pastelito en un espacio reservado para un vaso o una lata de refresco. Puse la palanca de cambios en "Drive" y salí rumbo a casa.


Continuar con "1.6.- Cena familiar --->"

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