1.2.- El regalo

Ignoro por cuánto tiempo quedé dormido. Ya era de noche y mi familia estaba en brazos de Morfeo. Hambriento y con sumo cuidado y sigilo bajé a la cocina a prepararme algo, no sin antes verificar que estuviesen bien arropados todos. Gatos incluidos.

Ya en la cocina y viendo que todo estaba limpio y en perfecto orden, procedí a explorar el refrigerador buscando alimentos que no requiriesen de ser calentados. Encontré queso, jamón, un pedazo de pizza y una gaseosa "a medias". Excelente banquete para esa hora.


Me senté en el sillón de la sala sin activar la función "reposet" y simplemente comencé a ordenar mis ideas. Tomando de la mesa mi teléfono celular que aún tenía un poco de carga, procedí a revisar correos electrónicos y revisar de quién eran esas llamadas perdidas. Nada realmente interesante.


Mal terminé de desactivar cualquier alarma sonora en el dichoso aparatejo cuando de repente sentí una vibración avisando que tenía un mensaje. Revisé quién era el remitente y vi que venía de Átropos.


¿Átropos? ¿Solo el nombre y sin apellidos? ¿Quién era Átropos? pues nunca le había dado de alta en el directorio telefónico. De por sí el nombresito me pareció más un seudónimo pero de todas maneras revisé el mensaje.


Escueto, conciso y sin rodeos, el mensaje solo decía: -"Contésteme por este medio"-. Procedí entonces con un escueto "Hola" para que tan pronto como había enviado el mensaje recibiese a modo de respuesta, la imagen de aquella dama de aspecto espectral y cadavérico.


Como si supiese ya que hacer por la experiencia anterior, con todo respeto y displicencia abrí la plática: -"Buenas noches tenga Usted"-. La imagen, como ocurrió la vez anterior, se animó para proferir palabras con esa voz tétrica: -"Gracias por contestar mi mensaje. Como Usted se habrá dado cuenta mi nombre es Átropos. Quisiera saber si puedo contar con su presencia este sábado por la noche."- Nuevamente el nombrecito. Casi mecánicamente le respondí un sí pues en mi cabeza revoloteaba mi disco duro tratando de encontrar quién o qué era Átropos. Pronto todo se acomodó como en un juego de Tetris.


Átropos era la más vieja e importante de las tres Moiras o parcas, en la que recaía la responsabilidad de cortar el hilo de la vida y con eso cualquier mortal dejase de existir. Regresando a mi realidad la imagen me indicaba la hora y por dónde debía de entrar a esa casa. También me indicó cómo debía de ir vestido y qué debía llevar para la ocasión.


Átropos se despidió con toda cortesía justo un instante antes de que mi esposa estuviese a un metro de mi, preguntando si estaba bien. Su cara denotaba la preocupación y duda típica de toda mujer casada que ve a su marido de madrugada, con su celular en mano y platicando con alguien a través de ese artilugio.


-"¿Con quién hablabas?"-, me preguntó. Le respondí que era alguien que me había contactado vía una red social. Que se trataba de una "persona" que había conocido recientemente y que estaba entablando una relación de negocios.


Mirándome con soslayo y duda me preguntó (no sin razón) cómo es que esa "persona" tenía la osadía de comunicarse conmigo de madrugada. Tras ver la hora en el reloj "Cucú" que quedaba justo detrás de ella, expliqué que se trataba de una persona que vivía en Asia, quien además de estar confundida por el huso horario simplemente no acató el hecho y se le hizo fácil llamarme.


Observó en la mesita con los platos vacíos me preguntó si deseaba algo más de la cocina, pero simplemente le agradecí la atención y tomando los platos para lavarlos, le indiqué que por ese momento estaba satisfecho. Me acompañó a lavar los trastes y subimos a nuestra recámara. Apagué mi celular y tras dejarlo en el buró, nos acurrucamos y nos quedamos profundamente dormidos.


Ya de mañana el despertador sonó puntual, para comenzar con mis abluciones matutinas y la rutina para llevar a tiempo a mi hijo a la escuela. Encendí mi celular no sin algo de miedo por encontrar algún mensaje de Átropos, pero mis temores resultaron infundados. Ya de camino a la escuela con mi hijo, platicamos un poco de todo mientras sorteábamos el tráfico de la ciudad. Dejé a mi hijo en la puerta de su escuela para luego retirarme a mis labores.


En la oficina todo era normal. La agenda transcurrió como era debido y a la hora de la comida simplemente compré un bocadillo para disfrutarlo en silencio. Demasiada calma a para mi gusto. Más llamadas, una junta y ya casi para salir de regreso a casa, la joven dama de recepción me indicó que había llegado un paquete para mi. Extrañado pues no recordaba haber sido notificado del envío de dicho paquete y/o haber solicitado cosa alguna para ser recibida por ese medio, simplemente me apersoné en el Loby y firmé el recibo.


El paquete era una caja con forma perfectamente cúbica de unos treinta centímetros de arista. Siguiendo la costumbre popular, procedí a tomarla con mis dos manos y zarandearla cerca de mi oreja derecha para intentar adivinar con el sentido del oído qué había dentro, pero todo quedó quieto y en silencio. Fue entonces que acaté a revisar en la etiqueta quién era el remitente, pero extrañamente no había tal. Sólo mi nombre como único destinatario.


¿Un paquete personal en la oficina? Yo no tenía costumbre de utilizar el domicilio laboral para asuntos personales, por lo que entonces con algo de suspicacia creí saber de quién era el remitente. Considerando entonces que requería de privacidad para abrirla y descubrir su contenido, guardé mi equipo de cómputo, tomé la caja y salí hacia mi vehículo.


El trayecto a casa fue típico de cuando circula uno un poco más temprano de lo habitual. Poco tráfico y un tiempo de viaje más breve fueron mi premio por tomar la decisión de salir solo diez minutos más temprano.


Llegué a casa y sólo estaba mi esposa leyendo en el patio, meciéndose en esa hamaca que tanto le gustaba. Dejé mi paquete sobre el escritorio y tras sacar una navaja "cutter" del cajón de enmedio, procedí a cortar cual cirujano los adhesivos que cerraban por completo la caja. Abrí la tapa y de pronto sonó algo como si se revoloteara dentro pegando en las paredes de cartón. Cerré nuevamente la tapa hasta no escuchar mas ruidos o sentir movimiento alguno. Abriéndola más lentamente, vi que aún faltaba retirar una pieza de esponja negro mate que al parecer habían colocado para evitar que se rompiese el contenido. Con sumo cuidado retiré esa esponja, para descubrir una figura geométrica perfecta, hecha de cristal y que tras tomarla con mucho cuidado con mis manos reconocí que se trataba de un icosaedro.


Qué hermosa figura. De una transparencia asombrosa y una perfección geométrica inusitada, parecía más bien hecha de un material más prístino el el cristal mismo. Puse la figura en mi escritorio y de inmediato comenzó a emitir una luz blanca con una intensidad cada vez mayor, para luego quedar completamente apagada de manera instantánea.


Estaba viendo este maravilloso objeto cuando mi esposa, parada en el umbral de la puerta de mi estudio que había dejado abierta me pregunto: -"¿Y eso? ¿Quién te lo regaló?"-. Le respondí que me lo habían obsequiado en la oficina. Ella entonces se acercó y tomó la figura con sus manos para quedar embelesada con tanta perfección y belleza de el singular objeto. Tras volver a acomodar en su lugar el sólido geométrico perfecto levantó la mirada para decirme: -"Qué bello detalle. ¿Qué vas a querer cenar?"-. Respondí que por el momento no tenía hambre y esperaría a que todos juntos nos sentáramos a la mesa.


Ya completamente en soledad en mi estudio y con la puerta cerrada, procedí a ver más de cerca ese singular regalito. Lo giré lentamente a la derecha y a la izquierda, absorto en el hecho de que no reflejaba la luz y tampoco producía la típica iridiscencia cuando ésta le atravesaba. De pronto una de las caras triangulares apareció lo que creí y comprobé posteriormente que era una imagen.


Era una imagen dinámica. Parecía como si ese triángulo fuese una pequeña pantalla por la cual podía ver cómo sucedían ciertos acontecimientos. Lo extraño del asunto que cuando dejé de ver detenidamente esa cara triangular, la imagen se desvanecía. Bastaba solo poner toda mi atención y enfocar esa cara del cuerpo platónico para volver a ver a tener "señal".


Fue entonces que decidí experimentar si eso mismo pasaba mirando con atención y detenimiento otras caras del icosaedro. ¡Eureka! Cada cara triangular era una imagen distinta. Fue entonces que mi hijo llegó de su entrenamiento vespertino que tuve que interrumpir esa fascinante actividad. Coloqué de nuevo esta maravilla de cristal en su caja, le cubrí con la esponja y cerré de nuevo la caja para guardarla con todo cuidado y bajo llave en uno de los cajones de mi escritorio.



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